En la historia, se producen grandes acontecimientos que
marcan un antes y un después, por puro azar, como el descubrimiento de América,
el champagne y el amoniaco, aunque a decir verdad, cierto conjunto de factores
hace que el azar no sea tan trivial. Pues eso es lo que pasó en los campos de
una granja en el condado de Ulster, Nueva York, en 1969.
Un acontecimiento, del que se esperaba un festival de
segunda, con alguna cara famosa (por lo que se dijo, Bob Dylan rechazó la
invitación y no pareció hasta años más tarde, además de The Doors, aunque puede
que Jim Morrison tuviera excusa pues estaba pendiente de juicio).
Un ambiente distendido, romántico, sexualmente abierto y
poco o ningún control de limpieza. Cierto también que el ambiente fue alegre,
festivo, las drogas (nueve de cada diez personas fumaron marihuana en los tres
días de festival), las ansias de paz por los chicos que habían caído o seguían
en las junglas del sudeste asiático, la revolución sexual que surgió en los 60.
Todo esto poco a poco se introducía en la sociedad
tradicionalmente conservadora y temerosa de dios estadounidense, y que no hubo
una sola papelera o equipo de limpieza alguna (acudieron más de 500.000
personas de las que los propios organizadores y la policía cifraban de un
máximo de 6000), fue cierta.
El porqué fue un antes y un después lo que sucedió en esos 3
días dignos de orgía de dionisios a base del rock de Jimi Hendrix, la colosal y
perturbadora voz de Janis Joplin, en el aire libre, la naturaleza, el alcohol y
las drogas y el sexo abierto e indiscriminado, es que se puede calificar con
todos los adjetivos que definen los sentimientos vividos en la sociedad
americana, especialmente en su juventud.